La aventurera by Gertrudis Gómez De Avellaneda

La aventurera by Gertrudis Gómez De Avellaneda

autor:Gertrudis Gómez De Avellaneda [Gertrudis Gómez de Avellaneda]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: F
editor: SAGA Egmont
publicado: 2021-05-10T00:00:00+00:00


ESCENA VIII.

NATALIA.—Despues LUISA.

Natal. (Mirando hácia el lado por donde viene Luisa, despues de un momento de agitado silencio.)

¡Es Luisa!.. ¡cuánta pureza

se pinta en ese semblante!

No hay encanto semejante

al de su casta belleza.

Hora que ya no me irrita

su condicion de hembra honrada,

la amo, y quiero ser amada

por esa virgen bendita.

Luisa. (Al entrar, y retrocediendo al ver á Natalia.)

¡Ah!.. perdon... entré creyendo

que aquí estaba... nadie!.. salgo.

Natal. ¿Luisita, tan poco valgo

que al verme se aleja huyendo

sin dispensarme un saludo?

Luisa. Señora...

Natal.

Al afecto mio

¿por qué responde un desvío

tan continuado y ceñudo?

Luisa. ¿Al afecto de usted?

Natal.

Sí.

¿Ignora usted que la quiero?

Luisa. Si ese cariño es sincero

me hace muy ingrata á mi.

Natal. ¿Por qué usted como enemiga

me juzga en su ceguedad?..

Luisa. No; sino... porque... en verdad

yo no sé como lo diga.

Natal. Hable usted; sin turbacion.

Luisa. Aunque al sincero querer

es justo corresponder,

no se manda al corazon.

Natal. Mas para que el suyo sea

tan poco inclinado á amarme,

muy mal debe de juzgarme...

tiene de mí falsa idea.

Luisa. Yo no acostumbro juzgar

á nadie... pero... he sabido...

lo que ha escuchado mi oido

anhela mi alma olvidar.

Así, señora, cortemos

esta inútil conferencia;

no agrave con su presencia

de mi dolor los estremos.

(En ademan de irse.)

Natal. ¡Aguarde usted!.. ¡se lo ruego!

si esta plática es amarga,

es necesaria, y mas larga

la ha menester mi sosiego.

Usted, Luisa, me condena

con sobrada rigidez.

Luisa. Señora, no soy su juez.

Natal. ¡Mas sin rubor y sin pena

no aceptará el ser mi hija!

Luisa. ¡Ah! no mas!.. por compasion.

Natal. Acaso juzga baldon

el que su padre me elija.

Luisa. ¡Basta!

Natal.

¡Es verdad!.. no me cupo

como á usted suerte envidiable...

Fuí desgraciada y culpable.

Luisa. De investigar no me ocupo

de su vida los secretos,

ni comprenderlos quisiera.

Natal. Difícil á usted le fuera,

mas no desdenes, respeto

rindiera á mi desventura,

si alcanz á ra á comprender

el alma de esta mujer

esa alma de vírgen pura.

¿Pero cómo lo alcanzára

si en su ignorancia feliz

ni aun la sombra de un desliz

nunca por sí sospechara?

¿Como hundirse en tanto horror

usted, que ha visto en la cuna

sonreirle á la fortuna,

y custodiarla al honor?

¿Usted, que en su juventud,

niña mimada y querida,

encuentra dulce la vida

y natural la virtud?..

¡Ah! ¡no, Luisa!.. usted no alcanza

lo que en acerba vigilia

á una infeliz sin familia,

sin sosten, sin esperanza,

llega á decirle al oido

la miseria inmunda y fea...

¡Usted no alcanza qué sea

el honor por pan vendido!

Luisa. ¡No! ¡no señora!—Aunque el cielo

pruebas tan rudas me escusa,

sé que á ninguna rehusa

inspiracion y consuelo.

Sé que el padre universal

oye á toda voz doliente,

y tentacion no consiente

que haga necesario el mal;

pues aunque falte tal vez

recta justicia aquí abajo,

ni el pan se niega al trabajo,

ni el mérito á la honradez.

Sé, en fin, que un ánimo fuerte

en la desdicha mayor,

prefiere al pan el honor,

y antes que el crímen la muerte!

Natal. ¿Y es posible en la mujer

un esfuerzo tan viril,

y el no alcanzarlo hace vil

al que llaman frágil ser?

¿Hay razon, hay rectitud

en ese contrasentido?..

Si al nombrarnos no han mentido,

que no nos pidan virtud.

Luisa. ¿Por qué no, si la estructura

que nos dió naturaleza

no impone al alma flaqueza

ni le sirve de atadura?

¿Si el bello y santo pudor

que nos defiende y sujeta,

la misma fuerza respeta,

y proteje el mismo amor?

Natal. ¿Mas la que débil sucumbe

no obtiene ni aun compasion?

Luisa.



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